He aquí el porqué de considerar a Ridley Scott entre los merecedores de un puesto en el Olimpo de los grandes del cine. Bueno: son éstas y muchas otras las películas que le han valido a Scott tal honor, pero “Alien, el octavo pasajero” fue la primera, tras un par de obras –injustamente- despreciadas.

Nos encontramos ante una cinta del año 1979, de 116 minutos de duración. Además de estar dirigida por Ridley Scott sobre un guion de Dan O’Bannon, cuenta con una espectacular banda sonora compuesta por Jerry Goldsmith y una fotografía a cargo de Dereck Vanlint y Denys Ayling.

Alien, el octavo pasajero

El filme lanzó a la fama a Sigourney Weaver y cuenta también con el concurso de John Hurt, Yaphet Kotto, Tom Skerritt, Veronica Cartwright, Harry Dean Stanton y Ian Holm, entre otros.

Multitud de premios y reconocimientos

Éste fue el gran éxito del año para 20th Century Fox, como prueba el hecho de que recibiera tan importante cantidad de premios: en los Oscar recibía al de mejores efectos visuales, además de la nominación a la mejor dirección artística. Cambiamos de continente y nos acercamos a los británicos BAFTA, de los que recibía el de diseño de producción y sonido, además de cinco nominaciones.

Más premios para tan espectacular producción: los Globos de Oro la reconocieron como la de mejor banda sonora y, finamente el Festival de San Sebastián le entregó los galardones a la mejor fotografía y mejores efectos especiales.

Un imán para la vista

Pero, ¿qué tiene esta obra de culto par serlo? ¿Qué se nos cuenta en ella para que, quien no la haya visto o, al menos, oído mencionar, parezca más marciano que los propios extraterrestres?

Pues, en lo que se refiere a qué se nos cuenta, la película habla del regreso a la Tierra de la nave Nostromo, que interrumpe su viaje y despierta a sus siete tripulantes. MADRE, el ordenador central, ha detectado una extraña transmisión que llega de una forma de vida desconocida en un planeta cercano a la ruta. Se dirigen al astro para investigar el origen de  comunicación.

Pero, contando la sinopsis, no parece que sea suficiente para explicar por qué esa película “engancha”. Se trata más bien de una sensación, de una tensión que hace que algo nos grite que no miremos pero, a la vez, alguna otra cosa atrae nuestros ojos a la pantalla, como si de repente la tensión, ese contener el grito de “¡Mira a tu espala!” fueran el paradigma de la belleza.

No es fácil se explicar, pero quien ha visto Alien, el octavo pasajero intuye por dónde vamos.