Vamos a dejarnos de prejuicios. La ciencia-ficción no es una serie de piezas audiovisuales que ven “frikis” con más espinillas que piel en la cara y de vida social, no ya igual a cero, sino que la vida les debe amigos durante las tres próximas reencarnaciones.
Basta ya de asociar todo un género que abarca desde 1984 de George Orwell o muchas de las visionarias obras de Julio Verne hasta los escritos de Sagan o Asimov. Desde Viaje al Centro de la Tierra hasta obras como Flores para Algenon (novela terriblemente recomendable de Daniel Keyes) a un solo tipo de lectores.
Las novelas de ciencia ficción no tienen por qué tener un púbico definido o descriptible sólo por sus gustos literarios. Es más: ni siquiera los gustos definen a los amantes de la ciencia ficción, en tanto en cuanto a variedad de estos relatos, en cuanto a estilos y tipos, roza el infinito.
Verosímiles aunque reales… por ahora
¿Qué tienen, pues, en común los cuentos, relatos y novelas del género? Para empezar, diremos que se trata de un género especulativo, a medio camino entre las historias verosímiles y la literatura fantástica. Habla de acontecimientos posibles en un escenario imaginado.
La verosimilitud de la ciencia ficción se fundamenta –de ahí su nombre, que sería más propiamente “ficción científica”- en las ciencias físicas, naturales y sociales. En cuanto al relato en sí, puede girar en torno a varios ejes: desde la realidad virtual hasta el mundo tras una hecatombe radioactiva.
Tiempos y escenarios ad libitum
El tiempo en el que se desarrolla la acción puede referirse al pasado, al futuro o a un presente alternativo. Y los personajes que la hacen avanzar tampoco han de ser necesariamente humanos, como se ejemplifica en La Guerra de las Galaxias, donde conviven razas y robots de todo tipo.
Compliquemos aun más las cosas: los temas concretos de cada novela pueden ser tan diferentes como escritos puedan imaginarse: empecemos por la tecnología de ficción esto es, los posibles inventos que una tecnología futura o alternativa pudiera proporcionar a la Humanidad ¿Un ejemplo? Pues… el motor del Halcón milenario de Star Wars.
Un mundo ideal
Otra vía para escribir es la cada más más científica y menos ficticia clonación o ingeniería genética. Las utopías, distopías o apocalipsis son el motor de no pocas novelas, como Un mundo perfecto o, salvando las –muchas- distancias el mundo creado por Matilde Asensi en El último Catón, un relato de aventuras con elementos utópicos en determinados puntos.
Los puntos de partida son virtualmente inagotables, al igual que lo es el desarrollo y la forma que cada autor desee darle a su relato. De hecho, la terminología que se usa sólo para nombrar los planteamientos es de una riqueza tal que con muy poco más, podría elaborarse un diccionario.
Creando un relato
Es más, cada nuevo relato es un potencial punto de partida distinto, basta con que se cree un escenario y la acción se desarrolle según la imaginación del escritor. Un ejemplo: un futro cercano en el que la crisis haya obligado a que sólo la élite sea capaz de leer y el resto del mundo lo tenga prohibido. Los ciudadanos convertidos en borregos incapaces de hilar dos frases…
Hasta que alguien, desde un medio de comunicación ilegal empieza a hacer leer y, por lo tanto pensar a los adocenados cerebros. Ya tenemos el escenario –el real-; el tiempo, que será un futuro cercano; el what if (ya hablaremos de ello: tempo hay), el héroe y el antagonista. La parte fácil se la dejamos a otro.
Pensemos, en concusión que la ciencia ficción va más allá de futuros, robots, o microchips. Son relatos que aunque no sean ni vayan a ser reales (o sí: veamos muchas de las novelas de julio Verne), son posibles según los cánones de las ciencias físicas, naturales, sociales… Al fin y al cabo, y visto hacia donde camina la educación en España, ¿es imposible el escenario descrito unas líneas más arriba?