Llega a las pantallas de nuestro cine amigo una nueva película de ciencia ficción… ¿Nueva? Más o menos. Como suele ocurrir con más frecuencia de la recomendable, la productora de turno ha preferido tirar de malo conocido y recurrir a una vieja novela bastante digna para inspirar su nueva superproducción, homónima al libro: El juego de Ender. Ya sabemos qué pasa cuando se juega con fuego…

Cierto es que el libro no alcanzó las cotas de éxito de Dune o La Fundación, pero también dio lugar a una buena saga multipremiada (ojo, un Hugo y un Nébula). El autor, Orson Scott Card, imaginó en 1985 un complejo futuro (este aún no ha llegado, 2070) en el que la humanidad afronta la tercera invasión de los insectores, unos alienígenas malísimos que llevan generaciones atragantados con el Sistema Solar.

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El protagonista, Andrew Wiggin, es un niño prodigio que a los seis años entra en la Escuela de Batalla, donde se forma a los cadetes más capaces del planeta en simulación de batallas espaciales. El libro sería reescrito en 1991, cuando cae la Unión Soviética, pues el Pacto de Varsovia tenía un papel importante en la novela original; a veces es más difícil ver seis años adelante que 85…

Del papel al celuloide, un resultado poco aplaudido

Warner tiene los derechos de la película desde 2003 y tras rocambolescas negociaciones finalmente ha sido Gavin Hood (el elemento que perpetró X-Men Orígenes: Lobezno) quien ha dirigido la adaptación. Con Asa Butterfield y Harrison Ford como principales protagonistas, la película sigue en líneas generales el argumento del libro (con modificaciones necesarias como eliminar cualquier mención al bloque soviético).

Como el común de los mortales, aún no he visto la película; y me lo estoy pensando. Las críticas han sido más bien mediocres, y eso siendo generoso. Simplista, sin ritmo, confusa, son algunos de los epítetos que se le han dirigido. La mayoría de los comentarios que he podido ver lamentan la disolución de una buena idea cargada de potencial en un producto soso y sin agudeza alguna.

Así que, en conclusión, parece que estamos ante otro de esos ejercicios de futilidad tan típicamente hollywoodiense que consiste en coger un buen ejercicio novelístico, simplificarlo hasta hacerlo asequible a las mentes más reblandecidas del planeta, ponerle muchas luces y explosiones, colocar a una vieja gloria como protagonista y listo. Pero nada, tú apoya la cultura, amigo, si te va a costar diez eurillos de nada…