¿Qué pasaría si la especie humana contactara con una civilización impensablemente más avanzada que ella? Otra pregunta, sólo aparentemente sin relación, ¿existe y, de ser así, cómo y de dónde nace nuestro inconsciente colectivo de especie? Y una última cuestión: ¿Qué nos espera una vez alcancemos la madurez como especie? Porque el ser humano es un niño jugando a ser único en el Universo, no cabe duda.

El fin de la infancia, la novela de la que hoy hablamos, comienza explorando la primera de las cuestiones: de pronto, enormes naves de otro planeta aparecen sobre las ciudades más importantes del Planeta Azul. No hacen nada. No hay mensajes. No hay amenazas. Están. Eso es todo ¿Cómo reaccionará la Humanidad?

Clarke

La novela explora los aspectos sociológicos de la cuestión, pero además se pregunta qué va a ocurrir ahora que hemos perdido la inocencia. Ya no somos los únicos ni los más especiales. Ni siquiera los más evolucionados. Ni los más… Nada. Con suerte, somos una civilización mediocre en un Universo infinitamente más viejo, avanzado e inescrutable.

Ciencia fantástica

Como en el caso de casi todos los libros del autor, la lectura puede llegar a resultar algo pesada, pero el hecho se compensa con un rigor científico bastante algo. O, por lo menos, por el mérito de no sacarse ideas e inventos de la manga. Clarke trata de explicarlo todo racionalmente

Y en lo que el autor es verdaderamente destacable en el aspecto en que lo es siempre muy bueno: construye una historia imposible pero, a la vez creíble y que nos obliga a plantearnos unas cuestiones que seguramente, no nos habríamos planteado antes. Como las buenas obras de ciencia ficción derrocha imaginación y es, a la vez, verosímil.

Un clásico que, como tal, nos hace crecer

La sensación con la que nos quedamos al terminar la lectura es de cierta nostalgia, pero también la de haber crecido por dentro. De alguna manera, como nos insinúa el título, dejamos atrás la infancia. La sabiduría nos despierta de la inocencia, nos disipa la infancia y sus nieblas de falsas creencias. Con todo, el sabor que se nos queda no es el amargo, sino el agridulce de una tristeza serena.

Como buen clásico, El fin de la infancia no habla de unas personas que piensan y sienten, sino de sentimientos, pensamientos y caracteres universales. Y como buen clásico, cambia algo en el interior de quien lo lee ¿El qué? ¡Ay!, si lo supiéramos…