En ocasiones nos olvidamos de que uno de los pilares más importantes que debe sostener un buen libro es el entretenimiento, la diversión más pura. Por eso, resulta más complicado de lo que debiera encontrar una obra como Diario de un zombie: Simple, directo y sin grandilocuencias.

Sergi Llauger se ha dado de bruces con un éxito que no esperaba. Ya en su octava edición, la ópera prima del joven catalán goza de una popularidad enorme entre los fans del género Z, y lo más importante: entre los que no lo son. Porque a pesar de que los muertos vivientes no son para todos (y que el protagonista aquí es uno), Llauger acierta perfilando unos personajes que llegan al corazón del autor.

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Encariñarse para sufrir

Juega aquí un papel importante la inteligente decisión de sacrificar una buena cantidad de páginas para contar el pasado del personaje principal, sin otra razón que la de hacerlo mucho más cercano al lector. Puede que sean estos pasajes, sin menospreciar muchos otros, los que más brillan.

Y una vez superado el reto de la empatización, Diario de un zombie nos lleva a una situación tras otra basadas en “el más difícil todavía” durante cuatrocientas infartantes páginas, con un ritmo bien calculado donde las pausas no se extienden demasiado. Por tanto, cualquier lector aficionado a la literatura de aventuras puede deleitarse, le guste o no las historias de muertos vivientes.

Eso sí, el escritor amateur ha querido enviar una serie de guiños a los aficionados más puristas. Así, desde la perspectiva de un no muerto que está bien vivo, pueden inmiscuirse en la intimidad de su día a día y descubrir el por qué de aquellas cosas que siempre se preguntaron: ¿Puede un zombie saborear una oreo?

Un escritor con muchas influencias

Este libro no deja de ser un “blockbuster literario”. Blockbuster literario porque huele a cine en cada página, a influencias de todas partes. Y es aquí  también donde podemos poner un pero a Sergi Llauger: su inexperiencia es demasiado evidente en algunos tramos.

Son pocos, pero los hay, y está muy claro que sus errores al tomar elecciones (porque no es ni más ni menos que eso), se debe a su pasión por la ciencia ficción desmesurada que, tal vez, podría haber controlado más. En cualquier caso, nada demasiado reprochable, teniendo en cuenta las circunstancias.

En resumen, una obra entretenida, para desconectar y disfrutar de las desventuras de Eriko y su pequeña amiga. No todo en esta vida va a ser transcendencia y reflexión.