Hablábamos, no hace demasiado tiempo, de los aciertos y errores del cine cuando éste decide hacer de futurólogo, y prometíamos que también analizaríamos los atinos y desatinos de los libros en este ámbito del futuro imaginado o proyectado. Pues bien: lo prometido es deuda, y un servidor ya tiene suficientes como para no pagar una a la que responde con tal placer.

En el caso de las letras, el índice de aciertos suele estar por encima del del cine: desde la era de H.G. Wells o del mismísimo Julio Verne, tal y como afirma el director de la colección de literatura fentástica de RBA, Francisco García Lorenzana en ABC.es: “Muchas novelas han conseguido anticipar con exactitud el mundo en que vivimos hoy.”

Soy Leyenda

“El autor que mejor lo ha logrado –continúa Lorenzana- sería William Gibson, todo un cazador de tendencias que anticipó tantos aspectos de nuestra sociedad tecnológica y deshumanizada. También Ursula K. Le Guin, J. G. Ballard, Frederik Pohl o C. M. Kornbluth hablan de aspectos como la violencia creciente o un futuro dominado por las agencias de publicidad”.

Invitación al pensamiento

Pero, más que certeros sobre el futuro, lo interesante de estos libros radica en que demuestran que la ciencia ficción no ha de quedarse en un mero entretenimiento más o menos sofisticado: ha de ser, o intentarlo al menos, una especie de alarma que avise a la humanidad de que las cosas empiezan a no marchar bien.

“El género debe tener –según Lorenzana- una función de reflexión sobre el presente para proyectarlo hacia el futuro como si fuera un laboratorio de experimentación en el que podemos cambiar las variables para ver qué ocurriría si ponemos o quitamos algo, o si llevamos hasta su última consecuencia algún rasgo característico de nuestra época.”

El espacio hueco de lo audiovisual

Si la literatura de ciencia ficción abandonara ese objetivo, reflexiona el experto, se convertiría en un artificio más o menos divertido pero sin demasiado sentido, que puede ser un mero divertimento ligero para pasar una tarde de domingo.

Pero, continúa Lorenzana, “los autores y las obras que marcan nuestro inconsciente colectivo o eso que llamamos la cultura popular, han sabido reunir estos dos aspectos del género [diversión y reflexión]”.

Necesidad de reflexión

El responsable de RBA concluye que “por desgracia, el cine suele quedarse en la anécdota y hacer desaparecer los niveles de reflexión, como sucede con la adaptación de ‘Soy leyenda’, de Richard Matherson”.

Colegimos, pues, de las palabras del experto que, aun siendo más certera la novela que el cine, la verdadera ventaja de las obras impresas es que nos llevan a la reflexión y nos insinúan lo que podría ocurrir si nos empeñamos en recorrer determinados caminos.